Aunque en nuestra cultura se supone que los niños aceptan la guía de los adultos, casi todos se rebelan de vez en cuando para mostrar su independencia. Sin embargo, unos cuantos parecen estar en constante conflicto con las figuras de autoridad; discuten, aunque aparentemente no haya razón. No saben lo que quiere decir cooperar y son agresivos y competitivos.
Al niño y al adolescente rebeldes, les encanta dirigirlo todo. Para ellos los adultos representan el principal obstáculo para lograr ocupar su posición de mando y desde el principio rechazan su relativa dependencia de ellos. A casi todos los niños les tranquiliza que cuentan con la guía de los adultos, en cambio al niño rebelde, le incomoda.
Mantiene una actitud negativa aunque no le sea útil. Sus expresiones de enojo no desaparecen. Utiliza sus emociones para demostrar su terquedad. No se da cuenta de lo inadecuada que parece su conducta a los demás. Se interesa más en reclamar sus supuestos derechos, que en controlar su actitud negativa. Prefiere competir que cooperar. Competir es emocionante. No se sabe quién ganará, le gusta medir sus habilidades con los demás.
Aunque la competencia exagerada suele transformarse en agresión y ésta puede provocar la insensibilidad a las necesidades de los demás e impedir que advierta los beneficios de cooperar con otras personas. Decide lo que está bien o mal, según las consecuencias de sus actos.
En general los adolescentes que han madurado, distinguen entre lo que está bien y lo que está mal a partir de razonamientos más elevados que los de un adolescente rebelde. Su empecinamiento y egoísmo, les hace ver las cosas sólo desde su punto de vista. Su insistencia en juzgar sus actos por sus consecuencias y no a partir de razones sólidas provoca muchas discusiones entre padres e hijos.
No reacciona bien a medidas de disciplina normales. Como el niño rebelde sólo ve las cosas desde su punto de vista, les da un valor muy `personal a los premios y castigos que recibe. Saben que a las personas mayores les cuesta trabajo comprender su comportamiento, así que aprovechan el descontrol que provocan cuando intentan manipular a los demás.
- Cómo tratar a un niño rebelde.
En la Unidad familiar debe existir un “cabeza de familia”. Por cultura, norma social o teorías freudianas, esta figura debería ser representada por el padre, quien para corregir una conducta rebelde del niño debe a su vez, modificar la forma de “ordenar”.
Seguramente su hijo ha aprendido a salirse con la suya a pesar de las intimidaciones, críticas, castigos; y sacar provecho de las discusiones y confrontaciones. Los padres tenemos que reconocer que cedemos nuestro propio terreno y acabamos implicados en el de nuestros hijos.
Estos niños saben identificar rápidamente cuando un adulto está descontrolado y con gran habilidad maneja estas situaciones para lograr dominarlo.
La clave siempre reside en el control y en no manifestar las emociones que nos provocan (enfados, chillidos, castigos, etc…). Hay que enseñarles a que sus problemas forman parte de su propia responsabilidad. En cuanto un adulto cambia su actitud ante un niño rebelde, éste se equivoca al pensar que tiene controlada su conducta. Para educar convenientemente a un niño rebelde, debe, como anteriormente he expresado, de responsabilizarse de su comportamiento, hacer que llegue por sí mismo a conclusiones sobre su conducta. Si tratamos de forzarlos a hacer algo, lógicamente fomentamos su reacción contraria. No debemos obligarles a hacer nada, sino darles opciones para que tomen su propia decisión, pero siempre con unas condiciones. Algunos ejemplos: “Si sacas malas notas, harás los deberes antes que nada. Si las notas son buenas, por la tarde haz lo que quieras…” Si llega tarde a casa, la semana siguiente regresará más temprano. Si es puntual, tendrá un horario más flexible. Si se rebela, se irá a su habitación, mientras que si guarda la compostura, podrá expresar libremente sus puntos de vista, etc…
Debemos tener en cuenta que el niño rebelde observa atentamente si sus padres o adultos cumplen o no lo que le dicen. Cuando nosotros no respetamos lo dicho, estos niños evaden su responsabilidad y siguen manteniendo su conducta rebelde. Acordémonos de lo anterior. Las palabras y los actos deben estar en acorde.
Tratar a un niño rebelde suele ser frustrante para los padres, al igual que comunicarse con él. Para esto, la comunicación debe tener dos cualidades:
- Paciencia y
- Oportunidad.
Existen tres sugerencias poder lograr el control de un niño rebelde:
1.- Escuchar, en lugar de intervenir directamente. El niño rebelde necesita que le dejemos expresar todas sus opiniones y emociones, para liberarse de la tensión que guarda dentro. Los adultos podemos ayudarle escuchando atentamente sus reflexiones, independientemente de que estamos o no de acuerdo con ellas.
2.- Predicar con el ejemplo.
3.- Establecer una buena relación antes de cualquier confrontación. Cualquier niño deja guiarse por un adulto y el niño rebelde lo necesita. Si le falta esa guía, su vida puede ser un absoluto fracaso. Por ello, la comunicación debe ser una información útil, es decir, la expresión de una crítica hay que realizarla en el momento oportuno, para que el niño las aprecie constructivamente. Mantener una buena relación es fundamental, e intentar ponernos en su lugar observando la vida desde el punto de vista de ellos.
Cuando el niño siente que el adulto además de comprenderlo lo acepta, entonces aprueba con mayor disposición las críticas, que le servirán para su cambio de actitud.
En resumen; antes de darle consejos para corregirle, hay que escucharle detenidamente.
Si es importante el contacto verbal, igual significación tiene el contacto físico para lograr una buena comunicación, que tanto para el niño como para el adolescente adquiere varios significados. Le da seguridad y sentimiento de que está en presencia de alguien mayor y con más experiencia. La transmisión de afecto muestra disposición a participar de sus experiencias y lograr un vínculo positivo con el niño rebelde.