miércoles, 28 de septiembre de 2011

Importancia de la vitamina K en los bebés

La vitamina K cumple un papel importante en la formación de los coágulos sanguíneos, aproximadamente 1 de cada 10.000 recién nacidos sufre hemorragia por deficiencia de vitamina K.

La carencia de esta vitamina puede provocar en el peque hemorragias por la nariz o la boca e inclusive hemorragias internas muy graves, esto se da en los primeros días de vida.





Es necesario administrarla vacuna de vitamina K al nacer, también puede hacerse vía oral, pero esta requerirá tres dosis: una al nacer, otra a los 3 o 5 días y la ultima a las 4 semanas de vida.








Algunos peques tienen mayor riesgo que otros, por ejemplo:





•Bebés cuyas madres consumieron medicamentos anti convulsionantes o anticoagulantes.

•Bebés prematuros y los que necesitaron resucitación al momento de nacer.

•Bebés nacidos con fórceps y por cesárea.

•Bebés que muestran equimosis o hematomas.

•Bebés con lesión en el hígado y que tienen dificultad para ser amamantados.


Lo primordial para prevenir la deficiencia de vitamina K en el peque, es darle la primera toma de leche lo antes posible puesto que primero sale un liquido llamado calostro, el cual cuenta con múltiples nutrientes, anticuerpos, inmunoglobulina y altos índices de vitamina K.





Otro consejo importante es que hagas que tu peque primero vacíe uno de los senos para comenzar con el otro, puesto que la leche que sale al final, contiene mayor cantidad de grasas y elevados niveles de vitamina K.





Asimismo, las madres que no pueden alimentar al peque, pueden hacerlo con leche maternizada la cual ofrece cantidades importantes de vitamina K.





No te olvides de consultar con tu médico, ya que los síntomas de la enfermedad hemorrágica del recién nacido, generados por la falta de vitamina K, pueden parecerse a los de otros trastornos o problemas médicos.





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Estimular el gateo del bebe

Antes que nada recuerda que por más que los peques comiencen a gatear entre los 7 y 8 meses, no debes forzarlos, cada uno tiene diferente ritmo de aprendizaje el cual puede ser antes o después.





Debes hacer del gateo un juego, colocando objetos (juguetes o algo que le guste) delante de él para llamar su atención, mantén una distancia más o menos próximo, deja que el peque alcance el objeto y luego repite el ejercicio.








No lo canses realízalo como juego e vez en cuando, haz que se divierta, pues si lo ve como obligación no lo hará, mientras juegues con el sonríele siempre y muéstrale tu felicidad con sus logros.





Colócale obstáculos en el camino para que aprenda a enfrentarlos, puedes colocar almohadas , cajas, esto le brindara seguridad y mayor desenvolvimiento.





Déjale gatear libremente, permítele explorar, pero asegúrate que sea un lugar limpio y seguro, también gatea junto a él para que te imite.





Puedes realizar mini carrera junto a él para alcanzar algún objeto o algún juguete, de esta manera les gustara mucho mas gatear.






No lo dejes solo en ningún momento, recuerda que tu compañía le da seguridad.





No uses andador pues el peque no aprende a soportar su propio preso, lo cual impide el desarrollo de sus piernas y sus arcos plantares

Hijos en la cama de los padres, ¿sí o no?



“¿Lo dejamos o no lo dejamos?” Esta es la pregunta que muchas veces se hacen los padres ante los reclamos de sus niños que, ya sea por miedo o porque prefieren estar en compañía, quieren a sus padres cerca a la hora de dormir. Con respecto a este tema hay opiniones a favor y en contra. Si como padres temen que compartir la cama con sus hijos afecte su desarrollo, un nuevo estudio ha demostrado que hacerlo después del primer año de vida no presenta riesgos. Sigue leyendo y luego cuéntanos: ¿lo han dejado compartir la cama con ustedes o no?






A muchas mamás les encantaría dormir toda la noche con sus bebés sobre el pecho, pero los especialistas no lo recomiendan. La Academia Americana de Pediatría (AAP por su sigla en inglés) sugiere que los lactantes no compartan la cama con sus padres. El temor principal es que sufran lo que se conoce como Síndrome de Muerte Súbita del Lactante.





Independientemente de esto, el denominado colecho, nombre con el que se denomina, justamente, al hecho de que los niños duerman o compartan la cama con sus padres varias veces por semana, parece ser algo cultural.

Y mientras algunos temen que esto afecte el desarrollo psicológico de los niños, otros consideran que la separación entre la mamá y el bebé a veces se produce demasiado temprano ya que, por ejemplo, en las sociedades occidentales se tiende a alejarlo y dejarlo solo prácticamente desde el momento en que nace, aunque, los bebés muy pequeños necesiten el contacto físico constante con sus mamás hasta que se adaptan al nuevo mundo en que se encuentran.





Ni un extremo ni otro. Un estudio reciente ha demostrado que dormir en la cama de los padres luego del primer año de vida no afecta el desarrollo intelectual o social de los niños pequeños, aunque los investigadores que estuvieron a cargo recordaron la importancia de tener en cuenta la sugerencia de la AAP.





En este sentido, el mensaje para las mamás y para los papás sería: compartir la cama con el bebé no generará problemas de conducta en el futuro. Eso sí, deben esperar a que el bebé cumpla su primer año de vida. A partir de ese momento desaparece el riesgo de sufrir el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante. Antes de ese momento lo que mejor es que el bebé duerma cerca de los padres, pero en su propia cuna.






Para llegar a estas conclusiones, un equipo de especialistas de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook analizó los datos de casi mil familias de bajos ingresos que tenían al menos un niño menor de un año al inicio del estudio.





Los autores visitaron a cada familia cuando los niños cumplieron uno, dos y tres años, y les consultaron sobre la salud de sus hijos, las rutinas de crianza y el lugar donde dormían. De las respuestas se encontró que casi la mitad de las mujeres había compartido la cama con el bebé en alguna de esas edades, y entre ellas, las hispanas y las afroamericanas lo hacían con más frecuencia que las blancas. A los cinco años, todos los niños fueron sometidos a varias pruebas cognitivas y de conducta, con un enfoque en la evaluación de las habilidades matemáticas y del lenguaje. Además, analizaron los niveles de hiperactividad y las habilidades sociales. Tras controlar varios factores, como el sexo del niño, el peso al nacer, la etnicidad, el nivel económico y la educación de la madre, los autores no encontraron ninguna relación entre los niños que compartían la cama con sus padres después de un año de nacido y el inicio de los problemas de aprendizaje o de conducta a los cinco años.





Estos hallazgos, publicados en la edición de agosto de la revista Pediatrics, sugieren que compartir la cama no es necesariamente una mala idea para los niños de esa edad, pero los especialistas advierten que el estudio no consideró si esto afecta o no al modo en que duermen los niños. En este sentido, sí es importante que la calidad del sueño sea buena para tener un desarrollo apropiado.





Por eso los padres deberán decidir qué es más conveniente para sus hijos, si deben compartir o no la cama con ellos, teniendo en cuenta qué costumbres ayudan a descansar mejor a todos los miembros de la familia.






Los autores del estudio no pretenden recomendarle a los padres que tomen una decisión u otra, sino simplemente ayudarles a despejar sus dudas y sus temores basados en la información que se obtiene de los estudios. ¿A ti qué te parece? ¿Compartes la cama con tu hijo o descansa mejor durmiendo en su habitación? Escríbenos y danos tu opinión.

Es la fiebre una señal de la dentición?




Para muchos padres, la pregunta sobra. La fiebre, al igual que la irritabilidad, el babeo y el enrojecimiento de las encías del bebé siempre se han considerado síntomas clave del proceso de la dentición. Una investigación realizada en la Universidad Federal de Minas Gerais en Brasil descarta a la fiebre alta como señal de este proceso tan normal en el desarrollo de los bebés, sorprendiendo incluso a los autores del estudio. Infórmate sobre el hallazgo y cómo aliviar los malestares de la dentición (cuando le sale el primer juego de dientes al bebé).





Los primeros dientecitos del bebé comienzan a brotar alrededor de los 6 meses de edad. Antes de que broten, las encías se inflaman, se enrojecen y el bebé comienza a dar muestras de inquietud. Llora, deja de comer por el dolor, aumenta la salivación y el babeo y se lleva cualquier cosa a la boca buscando alivio. Muchos padres han creído siempre a pie juntillas que junto a todos los síntomas anteriores se sumaba también la fiebre. Eso es hasta ahora.





Un nuevo estudio realizado en Brasil afirma que aunque la temperatura suba ligeramente (solamente unas décimas) durante la dentición, no existe relación entre la fiebre y el brote de los dientes. “El resultado me sorprendió” comentó Joana Ramos-Jorge, autora del estudio y estudiante de doctorado en la Universidad de Minas Gerais. “Al igual que gran parte de la población, yo también creía que la fiebre podía ser una señal del brote de los dientes”.






Para estudiar las señales y los síntomas de la dentición, varios dentistas brasileros rastrearon el desarrollo de 47 bebés entre los 5 y los 15 meses de edad durante 8 meses. Según sus observaciones, el día del brote del diente, los bebés tendían a presentar goteo nasal, diarrea, sarpullido o erupción en la piel, poco apetito, irritabilidad, babeo y dificultad para dormir. La temperatura corporal tendió a subir unas cuantas décimas desde el día del brote hasta el día después (hasta unos 98.24 grados Fahrenheit/36.98 centígrados). Estos resultados saldrán publicados en la edición de septiembre de Pediatrics.





La doctora Roya Samuels, pediatra en el Cohen Children´s Medical Center en Nueva York considera que esta elevación en la temperatura está todavía en el rango de lo normal por lo que no se considera fiebre. La doctora recomienda educar a los padres y desmentir la creencia que la fiebre alta se asocia con la dentición. Ella ha visto llega a su consulta padres con bebés con fiebre de 101 grados F (38.30 grados C) o más y no darle importancia por achacarla a la dentición. No se ha demostrado, afirma Samuels, que la fiebre alta esté relacionada con la aparición de los dientes. Es importante que los padres lo sepan para que acudan cuanto antes al pediatra para buscar la verdadera causa de la elevación en la temperatura.





¿Qué puedes hacer para aliviar las molestias del bebé durante esos días en que le están saliendo los dientes conocidos como “dientes de leche” o dentición primaria?





Si el bebé se muestra muy molesto y llora y no puede dormir, puedes darle acetaminofén (o Tylenol) para bebés (revisa la dosis que indica el envase y usa el medidor que trae el producto. En caso de duda, consulta con el pediatra o el farmacéutico).


Un masaje de alrededor de 2 minutos en las encías lo puede aliviar (es posible que el bebé se resista al principio). Frota la encía suavemente, especialmente el área que esté más enrojecida y protuberante, por la que saldrá el dientecito.

Para aliviar el dolor y el escozor, ofrécele juguetes o anillos especiales para la dentición que estén fríos (no congelados). Si dejas que se congelen, estarán muy duros y pueden ocasionarle más dolor, en lugar del alivio que tanto necesita. También le puedes dar a morder una toallita limpia y húmeda que hayas dejado enfriar en el refrigerador durante una media hora. Es importante que vigiles lo que el bebé se lleva a la boca. Procura que todo lo que le des a morder esté limpio. En su afán de encontrar alivio puede llevarse a la boca algún objeto peligroso o sucio. Ten cuidado.

Límpiale bien la carita para quitar la saliva o la baba y así evitar que se le irrite la piel.

No se recomienda que uses geles o cremas de venta libre para adormecer las encías porque se han reportado casos de reacciones severas a la benzocaína que contienen.

Si durante este proceso sientes al bebé más caliente de lo acostumbrado, mídele la temperatura. Si el termómetro indica que tiene fiebre, llama al pediatra. Hay que averiguar qué la causa (un virus, una infección de garganta o de oído, por ejemplo).

En unos cuantos días brotará el diente y el bebé se sentirá aliviado. La inquietud, el babeo y el malestar se desvanecerán hasta que surja el próximo diente. Cuando llegue ese momento mamá y papá ya están mejor preparados y si aparece una fiebre alta, sabrán que no se debe tomar a la ligera ni se debe a los dientes, deberán consultar a su pediatra para determinar la causa.

Como actuar si el bebé tiene una convulsión febril



Una de las condiciones que más alarma a los padres, sobre todo primerizos, es que su bebé tenga fiebre (es decir, que su temperatura supere los 38 Cº o los 100,4 Fº). De por sí, la fiebre no es una enfermedad, sino un síntoma de que algo más le está pasando al bebé: tiene catarro o algún tipo de infección. Desde los 6 meses a los 5 años, la fiebre alta puede provocar convulsiones, llamadas convulsiones febriles que tienden a presentarse con más frecuencia entre los 12 y los 18 meses de edad. ¡Que no cunda el pánico! Por lo general, no son peligrosas ni dejan secuelas, pero conviene que los padres sepan qué hacer si llegan a presentarse.





Muchas mamás y papás, sobre todo los primerizos, no saben bien qué hacer y se preocupan cuando sus bebés tienen fiebre y es comprensible que así sea. La fiebre, después de todo, es una señal de alerta. “¿Qué le está pasando al bebé?”, “¿Llamó al médico?”, “¿Qué hago?”, se preguntan.


La mayoría de las veces, la fiebre es inofensiva, causada por una infección leve o incluso por arropar demasiado al niño. Sin embargo, es necesario estar atentos y comunicarle al pediatra cuando el bebé tenga más de 38 Cº o 100,4 Fº de temperatura rectal. La fiebre de por sí, como mencionamos, no es una enfermedad, sino un síntoma. De hecho, es un signo positivo de que el cuerpo se está defendiendo de un ataque, ya sea de virus o de bacterias. ¡Bravo por el sistema inmunológico del bebé!





Cuando ésta aparece, se asocia por lo general con infecciones respiratorias (desde el croup a la neumonía), infecciones en el oído, la gripe, catarros, infecciones de la garganta o del tracto urinario. El bebé se siente incómodo, su corazoncito late más rápidamente, respira también más rápidamente y con dificultad, y necesitará estar bien hidratado. Los medicamentos como el acetaminofén, en la dosis adecuada para la edad del bebé, te servirán para hacerle bajar la fiebre y aliviar las molestias, pero lo ideal es que el pediatra investigue la causa real de la fiebre y te indique el tratamiento adecuado.





A partir de los seis meses y hasta los 5 años, la fiebre puede ocasionar convulsiones que aparecen a las pocas horas de presentarse una condición que llegue acompañada de fiebre como las enumeramos anteriormente. ¿Cómo puedes saber si se trata de una convulsión febril? La reconocerás por lo siguiente: el bebé puede actuar de manera “extraña” por unos momentos, entonces de repente se pone rígido, se retuerce y sus ojitos se ponen en blanco. El bebé no responderá a tus estímulos por un corto tiempo, y su piel puede tornarse un poco más oscura que de costumbre durante el episodio.






La convulsión puede durar de 1 a 15 minutos, pero para un padre asustado, todo este tiempo parece una eternidad. Es necesario que procures no angustiarte demasiado, que procures mantenerte calmado(a): las convulsiones no son muy frecuentes y si suceden no causan daño cerebral ni neurológico. Tampoco causan parálisis, retraso mental ni epilepsia, aunque los síntomas sean parecidos.





Mientras sucede el episodio, protege a tu bebé o a tu niño pequeño de la manera siguiente:





Asegúrate de que el niño está en un lugar seguro y que no pueda caerse o golpearse con un objeto o con superficie dura o filosa.

No lo acuestes boca arriba, sino sobre un costado, para impedir que se asfixie con vómito o saliva.

Asegúrate que no tenga dificultades para respirar, incluyendo cualquier cambio en el color del rostro del niño.

Si la convulsión dura más de 10 minutos o el niño se pone azul, probablemente se trata de un tipo de convulsión más grave. Llama inmediatamente al teléfono de emergencias.

No le introduzcas nada en la boca.


No le des medicamentos para bajarle la fiebre, ni intentes darle un baño de agua fresca o tibia.

A menos que la convulsión dure más de 10 minutos o que el niño tenga dificultades para respirar, no será necesario dirigirse a toda prisa a un servicio de emergencias. Pero cuando termine la convulsión llama al pediatra para que evalúe al niño y te indique si necesita algún tratamiento especial.





Si el bebé sufre la primera convulsión cuando tiene menos de un año, tiene un 50% de probabilidades de que vuelva a repetirse. Si el niño la tiene después del año, las probabilidades de que vuelva a repetirse se reducen a un 30%. Recuerda también que las convulsiones febriles no se repiten en menos de 24 horas y de nuevo, no deben asociarse a epilepsia o al peligro de sufrir epilepsia en el futuro.





Hay otras señales que te indican que el bebé está en peligro y debes llamar al teléfono de emergencias o llevarlo a una sala de emergencias sin pérdida de tiempo:





Si el niño no parece estar despierto, no responde a estímulos, ni aparenta estar más cómodo cuando le baja la fiebre.

Si la fiebre y los síntomas de la gripe reaparecen después de que habían desaparecido.


Si el niño llora, pero no tiene lágrimas, o si no moja los pañales o no ha orinado durante las últimas 8 horas. Son síntomas de deshidratación severa.

Si el bebé tiene menos de 3 meses y una temperatura rectal de 100.4° F (38° C) o superior.

Si tiene de 3 a 12 meses y tiene una fiebre de 102.2° F (39° C) o superior.

Si es menor de 2 años y la fiebre le dura más de 24 a 48 horas.

Si la fiebre es superior a 105° F (40.5° C).


Si el niño ha tenido fiebre intermitente por una semana o más, aun cuando no haya sido muy alta.

Si el bebé tiene otros síntomas como dolor de garganta, dolor de oído, diarrea, náuseas, vómitos o tos.

Si tiene alguna enfermedad médica seria, como un problema cardíaco, anemia, diabetes o fibrosis quística.

Si le aplicaron una vacuna recientemente.

Si tiene fiebre y llora sin poder calmarse.

Si no se despierta fácilmente o no se despierta en absoluto.

Si parece confundido o tiene un dolor de cabeza muy intenso.

Si tiene rigidez en el cuello.

Si no puede caminar o se niega a mover un brazo o una pierna.


Si le brota un salpullido o aparecen hematomas.

Poco a poco tendrás más experiencia reconociendo las señales que indican que le está pasando algo al bebé, incluyendo cuando le empieza la fiebre. En la mayoría de los casos, podrás bajarla exitosamente. Pero conviene que sepas que también pueden presentarse ciertas condiciones como las convulsiones febriles que pueden causarte angustia, pero que, en la mayoría de los casos, no son peligrosas. Ahora ya sabes cómo ocurren y podrás actuar adecuadamente en caso necesario.

CUIDEMOS EL CORAZÓN DE NUESTROS HIJOS



El corazón es uno de los órganos más importantes para la vida. Cuidarlo y protegerlo desde la infancia es fundamental para disfrutar de una estupenda calidad de vida. Hoy, que se celebra el Día Mundial del Corazón, es un buen momento para hacer un llamamiento a todos padres de familia para controlar el peso de los niños a través de la alimentación y el fomento del ejercicio físico. El desarrollo de hábitos saludables es la clave para que los niños tengan un corazón sano.





En la actualidad, existen 155 millones de niños obesos y con exceso de peso en el mundo, y los padres podemos desempeñar un papel crucial para reducir los principales factores de riesgo de las enfermedades cardíacas y los accidentes cerebrovasculares en la edad adulta. Las enfermedades relacionadas con el corazón pueden prevenirse, en gran medida, si se reducen los principales factores de riesgo cardiovascular, como son la presión sanguínea alta, los niveles altos de colesterol y de glucosa en la sangre, el tabaco o exponerse al humo de tabaco de otros, el consumo inadecuado de frutas y verduras, el exceso de peso y la obesidad, y la inactividad física.






Más ejercicio para el corazón de los niños

La actividad física es fundamental para una buena salud cardiaca, lo mismo que una dieta rica en rica en frutas y verduras, y pobre en grasas saturadas. La falta de actividad física puede favorecer la aparición de obesidad, diabetes e hipertensión. En los últimos diez años, el número de niños con sobrepeso ha aumentado de dos a cinco veces en los países desarrollados y casi cuatro veces en los países en vías de desarrollo. El fomento del deporte y de las actividades deportivas entre los niños con la ayuda de los padres, los centros escolares y la comunidad, y las campañas de nutrición dirigidas a todos los miembros de la familia para estructurar dietas equilibradas, que incluyan muchas frutas y verduras, cereales integrales, carnes magras, pescados y legumbres, además de productos bajos en grasas, es lo que se está haciendo actualmente en favor de la salud del corazón desde la infancia.





Y es que no podemos dejar de fijarnos en las estadísticas: los jóvenes obesos tienen un 80 por ciento más de posibilidades de tener exceso de peso de adultos y, por tanto, el riesgo de enfermedades cardiacas y de accidentes cerebrovasculares será mayor. Los niños con exceso de peso presentan un riesgo de tres a cinco veces mayor de sufrir un infarto o un accidente cerebrovascular antes de llegar a los 65 años que un niño con un peso normal, a lo que hay que añadir el riesgo inmediato de arterosclerosis y una probabilidad mayor de diabetes.





Esta es precisamente la razón por la que ha surgido un nuevo término la "diabesidad", que aparece cuando en la misma persona confluyen dos enfermedades, la diabetes y la obesidad, que pueden poner en un serio riesgo la salud del corazón. Por el bien de tus hijos, cuida su corazón.



Los niños conociendo el entorno



También es muy importante el modo en que se lleva de paseo al niño (nos referimos a los niños más pequeños): los padres , mientras sacan de paseo al pequeño, no deben nunca cansarse de hablarle, aunque el niño no pueda entender. Lo que interesa es el sonido de la voz, los gestos lentos de los padres, el ambiente que lo rodea, el juego de las luces.





Los paseos deberán hacerse durante la mayor parte del tiempo por los parques (si bien esto, especialmente en algunas grandes ciudades, es muy difícil); de este modo, el niño, aunque sea muy pequeño, puede comenzar a hacer algunas asociaciones entre la voz de los padres, la oscilación tranquila de la cuna, la sensación de bienestar físico (ligado a una mayor oxigenación del aire) y la sensación de tranquilidad y silencio del parque.






Se debe evitar totalmente el llevar al niño de paseo por las ruidosas calles del centro de la ciudad, donde la contaminación, tanto atmosférica (gases tóxicos de los automóviles y de las fábricas) como acústica (bocinazos, frenazos, etc.), alcanza niveles muy elevados. Los “paseos” de este tipo son, naturalmente, desaconsejables. Si queréis ir a mirar escaparates o hacer compras en las tiendas del centro, es mejor (al menos en las grandes ciudades industriales) dejar al niño con compañía y en casa: ganará en bienestar físico y psíquico.
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